Abu Muḥammad ʿAli ibn Aḥmad ibn Saʿīd ibn Ḥazm. Ibn Hazm al Qurtubi al-Andalusí.
Poeta, historiador, conocedor del Din del Islam, jurisconsulto, polígrafo, wasir y luchador incansable por el legitimismo Omeya.
Nació en Córdoba ( Qúrtúbá) en el año 994. Murió en Huelva ( Walbah) en 1063.
La familia de Ibn Hazm era originaria de la kura ( wilaya o Departamento)de Labla ( Niebla) actual provincia de Huelva). Su padre fue Wasir (visir) o ministro de Al-Mansur y más tarde de Al-Muzaffar.
Nacido en Córdoba en el año 994, perteneció a una familia aristocrática cliente de los Omeyas. Siendo muy joven vivió la crueldad y la dureza de la fitna (Guerra Civil)y la posterior desintegración política de Al-Andalus tras los sucesos del 1009. ‘Alí Ahmad, padre de Ibn Hazm, un hombre muy culto y tenido en gran estima por los Amiríes , con los que trabajó en el gobierno; ocupó puestos de gran responsabilidad, y mantuvo de igual forma gran fidelidad hacia el califa Hisham II. En efecto, parece haber sido un hombre distinguido en letras, recto y prudente, hábil y que sabía administrarse, mostrando una gran destreza en los medios políticos. Su flexibilidad debió de ser de gran finura, cuando, sin dejar de ser un fiel ministro de al-Mansúr, gozara al mismo tiempo del favor de Hisham II. Entre estos avatares políticos se desenvolvió parte de la infancia de Ibn Hazm. Su niñez, según él mismo refiere en algunos pasajes de su obra El Collar de la paloma, fue como en tantísimos otros casos- la niñez lánguida e indolente de un hijo de ministro, que se cría naufragando en los rincones de la casa, entre los besuquéos y las intrigas de las mujeres.
Ellas fueron sus primeras maestras, aprendiendo los primeros conocimientos del Corán, muchos versos y las primeras letras; pero también aprenderá otras cosas, no poco útiles e importantes, aunque para él resultaran dolorosas en su infancia: se le revelaron temprano la práctica de la vida sexual y los tejemanejes obscenos y desordenados del serrallo. Era al parecer un niño fácilmente impresionable, enfermizo, de anormal nerviosismo, con despierta inteligencia y sentido moral, siempre en guarda contra la psicología femenina, que tan precozmente había conocido.
Vivió en el barrio de los altos funcionarios palatinos, contiguo al alcázar de al-Zahyra. Parece que incluso entraba con frecuencia a ver a Al-Mansúr, que al parecer era muy amigo de los niños. Todo ello lo atestigua su íntimo amigo Abú ‘Amir ibn Suhayd, hijo de otro empleado de palacio, en una deliciosa carta incluida en la Dajára de Ibn Bassúm (ed. Cairo, I-I, pp. 163-165):
Un día -nos cuenta-, teniendo yo cinco años, me dio tu abuelo Al-Mansúr una enorme manzana, colocada delante de él, y que yo había mirado con infantil codicia. Como ni mi boca ni mi mano podían abarcarla, él mismo me la partió con sus dientes. Luego llamó a tu padre (es decir, a Sanchuelo) y a un paje llamado Abú Síkir y les dijo que me llevaran a ver a la Sayyida (la señora, es decir, ‘Abda, madre de Sanchuelo e hija de Sancho Garcís II, rey de Navarra). Como llovía, los dos me llevaron a cuestas. La Sayyida y las demás damas del harem jugaron conmigo y me dieron mucho dinero; pero, al llegar a casa, mi padre me lo quitó. Enterado tu abuelo, me mandó para mí solo quinientos dinares, que, en parte, distribuí entre criados y amigos, y con los que me compré caballos de caña y adargas de madera para jugar a los soldados. Del día aquél ha quedado fama en Munyat al-Mugira.
Probablemente el niño Ibn Hazm tendría alguna vez fortuna parecida y disfrutaría de la intimidad de aquel complejo ser que era Al-Mansúr, más humano y accesible, por tantas razones, que el hierático y exégeta Califa a quien había suplantado.
Emilio García Gómez hace una extraordinaria presentación de Ibn Hazm de Córdoba, en su versión en castellano de El Collar de la Paloma. Nos parece la opinión más autorizada en el conocimiento de nuestro autor, tanto a nivel biográfico como literario, bosquejando con gran precisión y maestría la personalidad de tan importante genio.
A temprana edad, como se solía hacer cuando al-Ándalus creía vivir todavía una luna de miel con el segundo y brillante valido ‘Amirí ‘Abd al-Málik al-Muzaffar (cuyo padre Al-Mansúr había sido enterrado en Medinaceli el año 392-1002, teniendo nuestro autor ocho años) se asomará a Ibn Hazm, con musulmana precocidad, al mundo, es decir, a los primeros amoríos con las esclavas de su casa y de su familia, a leer todo lo divino y lo humano, a frecuentar los cursos de los más célebres profesores de la capital del Califato andalusí, desde los más pacatos y ascéticos, a los de más osadas ideas, y a trabar, en fin, con todos los jóvenes de su edad, relaciones, afectos y amistades, algunas de éstas a la moda árabe-andaluza y sin que queramos dar a entender más de lo que decimos- harto estrechas y ambiguas.
Aunque se nos dice que hasta los veintiséis años, y por el mal papel que hizo en los funerales de un hombre principal, no acometió seriamente los estudios jurídicos, no hemos de darle entero crédito. Esta afirmación es tal vez una coquetería o un modo pintoresco de subrayar la mudanza que, como veremos, hizo de vida; pero es seguro que desde un principio se asomaría curioso a las clases de Islam y de derecho, si bien lo hiciera de un modo superficial y puramente teórico, con una fuerte dosis de dilectantismo.
En efecto, el grupo al que se afilió y a cuyo lado batalló, escogiéndolo de entre el resto de sus relaciones cordobesas, era una minoría de mancebos de la alta sociedad, elegantes, no poco estetas, tocados de esnobismo y de dilectantísmo, que se ocupaban con preferencia de la literatura y que en ella enarbolaban un programa revolucionario. Eran esos mozos a los que en otro lugar he imaginado vestidos de blanco, conversando entre los pórticos blancos de Córdoba, aficionados a los cisnes (Correo Erudito), y enamorados de mujeres rubias.
¿Cuál era su ideal? En primer lugar, podemos suponerlo rabiosamente aristocrático y filoárabe. Después de descubiertas las jarchas romances de las moaxajas y de sorprendidas ciertas intimidades literarias de la época, hoy empezamos a entrever con claridad la importancia que tenía el bilingüismo en al-Andalus y la esfera reducida a la que, dentro del país, se hallaba confinado el árabe puro. Pues bien: este núcleo selecto aborrecía tal estado de cosas y propugnaba, como tantas otras minorías musulmanas contemporáneas, una defensa y expansión del arabismo, a costa de las particularidades populares y locales. Paradójicamente en apariencia, esta política literaria no entrañaba una sumisión al Oriente. Los otros puntos del programa del juvenil grupo aristocrático eran cabalmente estar muy al tanto de las modas literarias bagdadíes para poder darlas por sabidas, desentenderse de ellas y rivalizar con ellas; en suma, leer mucho para, una vez asimilados los modelos, zafarse de andadores y de libros y … crear. Era un plan cultural, entre los dos escollos del popularismo y de la paralítica rutina imitadora, que casaba a la perfección con las ideas básicas de independencia y de selección en que se asentaba el Califato; era la nueva literatura que al Califato correspondía y que como siempre, venía rezagada con respecto al esplendor político; con tanto rezago que, al morir súbitamente la institución califal, la arrastró en su ruina, cuando aún no había podido dar sino escasos frutos, tempranos más que agraces, pero de primer orden y sabrosísimos.
La enseñanzas que Ibn Hazm cursó y los maestros que tuvo, están admirablemente reseñados en el libro de Asín Palacios, cuyo tenor literal no hay por qué repetir; pero como las afirmaciones anteriores son de García Gómez, parece que debe justificarlas. Más que con pasajes de nuestro autor lo hará otra vez con los de su amigo Ibn Suhayd, que iba a morir estoicamente, afectado de hemiplejía, en 426-1035, a quien podemos acaso considerar jefe del grupo, y cuya atractiva figura, finamente delineada por Pérez en su libro La poésie andalouse en arabe classique, está pidiendo a voces un estudio largo y penetrante.
Ibn Suhayd es, en efecto, el autor de la Risálah al-taw?bi? wa-l-zaw?bi?, en la que, seguramente por primera vez en la historia del mundo, se imagina, en un esbozo de la Divina Comedia, un viaje profano a las regiones de ultratumba, donde el poeta conversa con los dobles o genios inspiradores de los más grandes poetas, cuyas siluetas elíseas recorta con incisiva exactitud. Ibn Bassúm, en su inestimable Dajíra (ed. Cairo, I-I), nos ha conservado trozos de esta obra, así como escritos literarios y poesías que comprueban sobradamente nuestros asertos. Así, se lamenta de la jerga bárbara (likna ´achamiyya) que se hablaba en Córdoba; se queja de los malos maestros que había en la capital; publica los versos que ha compuesto para competir con los poetas orientales; afirma que la buena literatura consiste en el temperamento del escritor y no en la erudición ni en la corrección gramatical; sienta que el mejor instrumento del escritor es la inteligencia, que faltaba a tantos sabios y prosistas rutinarios de su tiempo; cree que es Allah quien enseña la retórica, y no los libros ni los maestros, o sea se basa en un texto coránico , que el poeta nace y no se hace, doctrina audaz en literatura árabe y establece el principio, igualmente osado entonces, de la renovación literaria, es decir, que toda época y momento histórico deben tener su literatura propia. Sus biógrafos insisten en sus dotes de improvisador, y el gran Ibn Hayyán nos informa de que apenas usaba libros y de que cuando murió no se le encontraron libros de que se ayudase para su labor.
¡Extraordinaria figura! Herido ya de muerte iba a ser enterrado en un parque de Córdoba, bajo las flores-, formula en verso sus últimos deseos :
Al ver que la vida me vuelve el rostro
y que la muerte me ha de atrapar sin remedio,
sólo anhelo vivir escondido
en la cima de un monte, donde el viento sopla;
solitario, comiendo lo que reste de vida
las semillas del campo y bebiendo en los
hoyos de las peñas.
El poema está dedicado a Ibn Hazm, al que ruega que no olvide hacer su elogio fúnebre (Maqqari, Analectes, II, 246):
Emociona con él, por Allah, cuando me enterréis
a todos nuestros colegas, ardientes y hermosos.
Era, pues, el jefe del conciliábulo, e Ibn Hazm su heredero, que siempre le fue leal y que, como veremos, acató las consignas de la escuela.
Antes de esta vida literaria remontémonos de nuevo al comienzo del grupo- pudiese dar sus frutos sazonados, o sea antes de que Ibn Hazm publicase ninguna obra importante, que no fueran poemas o cortas composiciones en prosa, y antes de que lograse ningún empleo político acomodado a su formación y a su posición social, la revolución cordobesa y el desencadenamiento de la guerra civil vinieron a turbar radicalmente y casi a helar en flor la refinada y tranquila existencia de los jóvenes estetas cordobeses. Sólo en cuanto se relacionan con la familia de nuestro autor o con él, vamos a eludir a las complicadas y relampagueantes mutaciones de la crisis del Califato, que el lector podrá seguir más cómodamente en las historias de Dozy y de Lévi-Provenzal, y en las obras de Asín Palacios y de otros biógrafos de Ibn Hazm.
El gobierno de Sanchuelo, desde la muerte de su malogrado hermano Muzafar en 16 safar 399 (=20 octubre 1008), apenas duró unos meses: víctima de su necedad y de sus desaciertos, tenía en 3 rachab 399 (=3 marzo 1009) un trágico fin, que el Duque de Maura ha calificado gráficamente de pre mussoliniano. El destronamiento de Hisham II y la ascensión al trono de Mahammad al-Mahdí (que había de jugar al ratón y al gato con su competidor Sulaymán al-Mustaín) iba a poner término a la formula oficial de Ahmad ibn Hazm, que fue destituido, y hubo de dejar el asolado barrio de al-Záhyra para retornar a los abandonados lares de Balát Mugait. Debió, sin embargo, de vivir tranquilo y aún de conservar cierto prestigio, pues en el mismo año de 399, el 27 shában (=26 de abril 1009), lo vemos asistir como testigo a la estupenda farsa del entierro de un falso Hisham II. Cuando en 8 dú-l-hicha 400 (=23 julio 1010) fue asesinado al-Mahdí, tras su segundo reinado, y entronizado de nuevo Hisham II, parecía que la familia de los Banu Hazm habría de volver a su antiguo predicamento. No fue así, sin embargo, sino al revés: el complejo juego de la política y la cauta conducta seguida hasta entonces indispusieron a Ahmad con el nuevo valido, el general eslavo Wádih, que lo persiguió, encarceló y confiscó sus bienes. La familia entonces, rotas ya las pocas amarras ‘Amiríes subsistentes, se hizo legitimista rabiosa y participó en un complot anti eslavo que fracasó y produjo a Ahmad nuevos sinsabores.
Seguramente víctima de ellos murió Ahmad en 28 du-l-qada 402 (=22 junio 1012), cuando nuestro ‘Alí contaba dieciocho años, todavía no cumplidos, en plena desgracia de su familia. Pero aún quedaban las peores catástrofes. A fines de sawwal 403 (mayo 1013) la capital del Califato se rendía a los bereberes; Sulaymán al-Mustaín entraba de nuevo en ella como Califa, y comenzaba, para durar dos meses, el feroz saqueo de Córdoba, con incendios, matanzas, asesinatos y destrucciones sin venir a cuento. La casa de Ibn Hazm en Balat Mugáit quedó del todo arruinada, como nos cuenta en una célebre página del Collar, y nuestro autor hubo de emigrar a Almería el 1º de Muharram 404 (=13 julio 1013).
Gobernaba Almería, todavía bajo la soberanía nominal de Hisham II, en medio de aquella anarquía y de aquel fraccionamiento sin ejemplo, un eslavo odioso, turbio y redomado traidor, que se llamaba Jayrún. Al principio, el retiro de Ibn Hazm, que viajaba con su amigo y correligionario Muhammad ibn Ishák, fue tranquilo; pero cuando Jayrún abandonó la causa omeya para abrazar la de Idrís ‘Alí ibn Hammúd, que había de entrar solemnemente en Córdoba el 22 muharram 407 (=10 juliio 1016), ya no vio con buenos ojos a la pareja de jóvenes legitimistas omeyas, irreductibles en sus convicciones, los cuales, reos de conspiración o no -pues Ibn Hazm lo niega, pero es muy probable-, se vieron detenidos y luego desterrados.
Tampoco les duró mucho el nuevo y agradable asilo que supieron hallar en el pueblecito de Aznalcózar (que tal vez no es, como se ha querido, el actual de ese nombre, cerca de Sanlúcar, sino otro por tierras de Málaga o Murcia) y es que, habiendo oído hablar de que en tierras valencianas había surgido un nuevo pretendiente omeya que formaba un ejército dispuesto a avanzar contra los hammudíes y decidido a restaurar la unidad del Califato, ambos conspiradores mozos, es decir, Ibn Hazm y su compañero, no duraron un momento tomar pasaje en una nave que los condujera al Levante.
El pretendiente en cuestión era un bisnieto de ‘Abd al-Rahmán III, llamado ‘Abd al-Rahmán ibn Muhammad ibn ‘Abd al-Málik, y su descubridor, instigador y empresario, cambiada otra vez la casaca, era el eslavo Jayrún de Almería, que se puso de acuerdo con el tuchíbí Mundir de Zaragoza, el cual, a su vez, obtuvo unos refuerzos catalanes de su aliado el Conde de Barcelona. Reunido el ejército en Játiva, juró en 10 dú-l-hisha 408 (=29 abril 1018) al nuevo y futuro Califa Omeya, que tomó el título de Murtadá. Córdoba, que esperaba desde hacia tiempo al pretendiente, no había podido sufrir más y dú-l-qada 403 (22 marzo 1018) había asesinado a ‘Alí ibn Hammúd, al que sucedió su hermano al-Kásim. El Ejército de Murtadá, al que muy probablemente se había incorporado Ibn Hazm, se puso por fin en marcha para entrar en Andalucía por Jaén; pero como los desvergonzados Jayrún y Mundir vieron que el que suponían monigote manejado por ellos tenía la suficiente personalidad para decidir por sí mismo, no dudaron en traicionarlo. La mala jugada que le hicieron fue aconsejarle que, antes de dirigirse contra la capital, sería bueno acabar con los beréberes Sinhachíes, de la rama zírí, a quienes Sulaymán al-Mustaín había concedido en feudo la kura de Elvira, y que habían llegado a un acuerdo con los pacíficos habitantes de esta kura para instalarse entre ellos y defenderlos, tras de fijar su capitalidad en Granada. Mandaba por entonces a estos zíríes el anciano e invicto jefe africano Zawa ibn Zírí, que muy poco después, y en plena gloria había de abdicar su reino, con ínfulas de un Carlos V beréber. La batalla nos es bien conocida por varias fuentes; pero desgraciadamente sin la fecha exacta. Como se sabe, los beréberes atacaron fieramente al ejército asaltante, del que ya habían desertado Jayrún y Mundir, y Murtadá tuvo que huir hacia Guadix, donde le asesinaron unos sicarios del almeriense. Sus soldados quedaron fugitivos, exterminados o prisioneros. Entre este último grupo debió de figurar Ibn Hazm, que, según nos informa en el Collar, había ido previamente, seguro que a hurtadillas y para gestiones políticas- a Córdoba en sawwál 409 (febrero-marzo 1019).
Tras el cautiverio beréber, Ibn Hazm se retiró a Játiva, el mismo sitio del que en mala hora había partido el desgraciado ejército de Murtadá. Y en Játiva fue donde, probablemente hacia los años 412 y 413 (=1022), a instancias de un amigo, que primero le escribió y luego fue a verlo en persona desde Almería, escribió el Collar de la Paloma, contando unos veintiocho años.
Como es notorio, el relativamente largo paréntesis del Califato hammúdí (siete años, de 1016 a 1023) terminó cuando al-Kásim, sustituido año y medio por su sobrino Yahyá, huyó definitivamente de la capital, sublevada contra él, en 21 Yumáda II 413 (9 septiembre 1023). Córdoba iba a realizar algo nada ordinario y sumamente edificante: la elección de un califa en la mezquita mayor.
Por primera vez desde los orígenes de la dinastía Omeya, el pueblo, de acuerdo con el más puro derecho constitucional islámico, iba a darse un soberano, y no a recibirlo designado por el antecesor ni impuesto por las armas. Bien es verdad que la jurisdicción efectiva del Califato apenas rebasaba ya el alfoz de la ciudad; pero no había ocurrido otro tanto en tiempos del emir ‘Abd Alláh, en vísperas de los días gloriosos de al-Násir? La esperanza es lo último que se pierde.
El 16 ramadán 414 (2 diciembre 1023) la elección recayó, de los tres Omeyas candidatos, en uno en quien al principio nadie pensaba: Abd al-Rahmán (hermano del difunto y siniestro Muhammad al-Málik), que para nosotros es el quinto de su nombre y que tomó el título de Mustazhir. El nuevo Califa, hombre joven y cultísimo, eligió como equipo gobernante al grupo mismo de nuestros estetas: Ibn Hazm, que había ya regresado a Córdoba; así mismo Ibn Suhayd y ‘Abd al-Wahhíd ibn Hazm, primo de ‘Alí, obtuvieron la dignidad y el empleo de visires. Con cuanta ilusión no pondrían manos a la obra! No podemos siquiera hablar de un gobierno sólido puesto que no logró mantenerse en el poder más que hasta el 3 dú-l-qa’da 414 (17 de enero 1024), es decir, exactamente mes y medio, al cabo del cual Mustazhir fue ejecutado e Ibn Hazm paró de nuevo en la cárcel.
Honra de la inteligencia de Ibn Hazm es, sin embargo, el haberse persuadido en este mismo momento de que el mundo político a que había pertenecido y por cuya soñada restauración tanto había peleado, estaba definitivamente difunto (Córdoba iba a tardar todavía siete años más en convencerse). Al salir de prisión, el desengañado ministro renunció de modo definitivo a la ciencia jurídica-teológica, por la que siempre se había interesado, aún en medio de los innumerables azares de su carrera. Pero lo único a que no pudo renunciar, porque lo llevaba en la sangre, es al espíritu de inconformismo, de originalidad y de audacia revolucionaria que siempre presidio su vida. Su pensamiento no pudo anclar en el malikismo angosto y rutinario que, aliado tantas veces con el poder público y con las prevendas oficiales, reinaba como señor casi absoluto en las escuelas de Córdoba, y tras de revolotear por la escuela jurídica sufí, más conciliadora y equilibrada, que había tenido adeptos en “Andalucía- y que a la sazón se hallaba medio muerta, acabó aferrándose al záhirismo literalista, con el que, como veremos, tendría desde antiguo relación, al menos literaria.
Discípulo del maestro záhirí Abú-l-Jiyár de Santarém, explicaba junto con él cursos de dicha doctrina en la mezquita mayor de Córdoba. Eran los últimos días del Califato, allí por los años 418 a 420 (1027 a 1029). Los malikíes y el vulgo denunciaron a ambos záhiríes como corruptores del pueblo fiel y peligrosos para la fe. El zalmedina, consultado el último Calfa Hihsam III al-Mu’tadd, que acaso aún no había entrado en la capital, les prohibió la enseñanza. Bien debió de decirse Ibn Hazm-; puesto que así lo quieren, seré un sabio perseguido. Y todavía se consagra con más fervor a la ciencia. Desde entonces empezamos a saber mucho menos de él, porque ya la historia de su vida se ha convertido en la historia de sus libros.
Aún teniendo en cuenta la avanzada edad que alcanzó, verdaderamente asombra la labor que en todos los terrenos de la especulación intelectual musulmana realizó Ibn Hazm, con esfuerzo tan solitario e insolidario como gigantesco. Marrákushí ,que en el ambiente antimalikí almohade, lo pondera (Mu?chib, 32 y ss.)- nos da la aterradora cifra de 80.000 folios escritos de su mano, formando 400 volúmenes. Aunque pensemos que no se trata siempre de volúmenes propiamente dichos, sino a veces de simples opúsculos, no por ello disminuye nuestro estupor, y naturalmente es imposible entrar, no ya en el análisis, pero ni siquiera en la enumeración de sus escritos, que el lector podrá hallar consignados en la bibliografía extensa de Asín Palacios o en los repertorios bibliográficos. Hacer otra cosa estaría aquí fuera de lugar, ya que no nos proponemos más que asomarnos a la psicología del extraordinario escritor.
Bastará decir que entre esas obras y sin contar el juvenil Collar de la paloma- figuran algunas de primerísima importancia en la ciencia musulmana de todas las épocas, y alguna de tal aliento y ambición que sólo en la Europa del siglo XIX ha podido encontrar paralelo. Nos referimos con esta última alusión al Fiscal, la maravillosa Historia crítica de las ideas religiosas, (tr. Asín Palacios: Abenhazam de Córdoba y su Historia crítica de las ideas religiosas, cinco vols., Madrid, 1927-1932). Los demás escritos son filosóficos, jurídicos, teológicos, históricos o puramente literarios. Entre los históricos citaremos tan sólo la Yamhára, el mejor repertorio de genealogía árabe del Occidente musulmán (editada por Lévi-Provenzal en 1948); el Naqt, original y descarnado opúsculo histórico, que también es accesible en castellano, y la Epístola apologética de Al-Andalus y sus sabios (en refutación de otra de un literato de Kairwán), que es tal vez la primera, aunque breve, historia literaria de Al-Andalus y el primer intento reinvidicador de las glorias andaluzas.
Ibn Hazm es conocido sobre todo por su obra El Collar de la paloma (Tawq al-ham?na), siendo su nombre completo El collar de la paloma. Tratado sobre el amor y los amantes. Es una obra que brilla por su ligereza, dentro de su producción científica y sobre todo teológica y jurídica-, y en la que se discurre ampliamente sobre la naturaleza y las formas del amor. Fue escrita hacia el añoo 1022 en Játiva, cuando la capital del califato había sido saqueada y destruida por los bereberes, y es una nostálgica resurrección en el recuerdo de la gran metrópoli del Mediodía en la que el autor había nacido, bajo el fausto de Al-Mansúr y en la que había transcurrido su adolescencia dichosa y elegante. En esta obra el amor es concebido como atracción sentida por almas afines; el mismo autor en su obra nos dice: Difieren entre sí las gentes…, y con ello se nos demuestra que las influencias platónicas que llegan a él son indudables. Nos habla además de los grados del amor, siendo el supremo de éstos el amor como fusión. Describe su diferente intensidad y sus diversas causas y se detiene en la que para él es la principal, casi la única: la belleza, de la que ofrece así mismo diferentes formas y grados: Tocante al hecho de que nazca el amor…
En lo que concierne al esquema que comprende los 30 capítulos, se refiere en ellos los temas habituales de los tratados medievales sobre el amor: naturaleza y fenomenología del amor; relaciones entre los amantes, con sus penas y alegrías, y obstáculos que han de ser superados.
Lo que más valía tenga quizás para nosotros es la colección de ejemplos, referentes en su mayor parte a recuerdos biográficos del propio autor y que nos ofrece un cuadro verdaderamente atrayente de la vida sentimental y sensual de la Andalucía musulmana. Con gran sinceridad y pasión evoca Ibn Hazm sus más variadas experiencias de amor, y nos introduce en el mundo mágico de las cantantes, esclavas y cortesanas de la Córdoba en la que se desarrolló su vida.
Son preciosas las reconstrucciones ambientales y la apasionada desnudez psicológica de su alma. La intriga amorosa alterna pormenores realistas con efusiones de sentimentalidad penetrante y sutil. Se insinúan los más íntimos movimientos del alma y brillan a veces con entristecido llanto los rostros de humildes esclavas, junto a los de princesas, aunadas unas y otras en la humana y triste realidad del amor.
Se halla el tratado enriquecido con citas de versos, casi todos del mismo Ibn Hazm. E incluso la fraseología y la temática amorosa en él expuestas han avivado las discusiones de que es precisamente en nuestra nación andaluza donde se han de buscar los precedentes de la teoría y la poesía del amor cortés trovadoresco.
Como ya hemos indicado, El Collar de la Paloma es una obra en prosa que contiene un gran número de poemas; consta de treinta capítulos: diez que tratan del origen del amor y la manera de producirlo; doce sobre sus azares y cualidades loables y censurables; seis acerca de sus calamidades; y los dos últimos sobre las prácticas ilícitas y la virtud de la continencia. Veamos algunas muestras de nuestro autor:
El verdadero amor no nace en una hora,
ni da fuego a su pedernal siempre que quieres,
sino que nace y se propaga despacio,
tras larga compenetración, que lo afianza,
entonces no pueden acercarse a él abandonos ni menguas,
no pueden alejarse de él firmezas y aumentos.
Confirma esto el que vemos que todo
lo que se forma presto también perece en breve.
En esta otra composición nos habla de la imposibilidad de que un amante, que ha llegado a gozar de los placeres del amor a través de un largo trato y convivencia, ame a dos personas a la vez:
Miente de juro quien pretende amar a dos,
como mintió Manes en sus principios.
No hay sitio en el corazón para dos amados,
ni lo que sigue a lo primero es siempre lo segundo.
Igual que la razón es una, y no conoce
otro Creador que el Unico, el Clemente,
uno también es el corazón y no ama
más que a uno, esté lejos o cerca…
O esta obra, en la que Ibn Hazm nos habla de que el amor es causa de enfermedad, e incluso conduce a la locura:
De curar este mal toda esperanza
ha perdido ya el médico, y sin duda
morirá en este campo de batalla:
de mi amor ser la víctima consiento
como quien, con veneno, bebe el vino mezclado.
Américo Castro, que hace un minucioso estudio comparativo de la obra de Ibn Hazm. El Collar de la paloma, y el El libro de Buen Amor, del Arcipreste de Hita, llega a destacar el carácter personal de la idea del amor de Ibn Hazm: Ibn Hazm habla de unas vidas, la suya y las de otros, inmersas en el amor. Según él no nos debe sorprender la originalidad en el tratamiento del amor por parte de nuestro autor, ya que su obra es, en cierto modo, su autobiografía, la autobiografía de un hombre que participa en una espiritualidad impregnada por la escuela sufí y que llegará hasta los poetas místicos como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús.
Otra de sus obras será un famoso tratado en el que exalta y llama la atención sobre la creatividad andaluza y el talento andaluz, mostrándose como un nacionalista radical. Leemos en un verso descabalado en el capítulo XX lo que sigue:
¡Vete en mala hora, perla de la China!
Me basta a mí con mi rubí de al Andalus.
Se lamentó de que al talento andaluz no se le diera la importancia que tenía, mencionando algunos eruditos nativos que igualaban o aventajaban a cualquier talento proveniente del Oriente. Esta misma queja fue expresada en distinto grado por un gran número de autores andaluces, entre los que se encontraban Ibn J’k?n, Ibn Bassúm, al-Shákundi e Ibn Sa??d, que llamaron la atención sobre la clasificación de los eruditos andalisíes, como iguales o superiores a sus equivalentes en el Oriente.
Sea como fuere, Córdoba nunca dejó de fascinar a los escritores posteriores, ni tampoco Al-Andalus como conjunto. Si sus ciudades estaban llenas de maravillas, también lo estaban sus gentes, de las cuales se decía que tenían grandes cualidades. Al-Maqqari escribe: Sabes que el mérito (fadl ) de las gentes es tan evidentemente justo como la belleza de su país es deslumbrante. Se refiere a Ibn Gálib , el autor de Farhat al-anfus que mantiene, citando a Ptolomeo, que los andaluces tienen buen gusto en cuanto a ropas, comida, limpieza, integridad y el canto y la composición de canciones en virtud de la influencia de Venus. Y, por influencia de Mercurio, son buenos administradores, investigadores y amantes de la sabiduría, filosofía, justicia y juego limpio. Y, citando a Ibn Gálib, añade:
La gente de Al-Andalus son árabes en genealogía, honor , orgullo, altivez, elocuencia, jovialidad, evitación de la iniquidad, impaciencia para sufrir humillaciones, generosidad, libertad y supresión de la infamia.
Son indios por su gran afición, amor y conservación de las ciencias, son bagdadíes en virtud de su limpieza, galanura, modales refinados, nobleza, inteligencia, buena apariencia, la excelencia de su carácter, el refinamiento de su intelecto, la agudeza de pensamiento, y la eficacia de sus ideas.
Son griegos en el descubrimiento de líquidos, en los cultivos, selección de las diferentes variedades de fruta, administración de arboledas, embellecimiento de jardines con toda clase de hortalizas y flores.
Y según Ibn Hazm:
Los andaluces son chinos en el domino de artes y representaciones pictóricas, turcos en las formas de la guerra y el manejo de sus resortes… Además, viajaron al norte de África y se convirtieron en introductores de agricultura, industria, administración, construcción y jardinería…
Un bereber puso una vez en duda que Al-Andalus tuviese hombres de talento, y si así era, por qué no existía una relación de ellos, y el hábil polifacético Ibn Hazm se encargó de darle la respuesta en su famoso tratado. En primer lugar, decía Ibn Hazm. Ahmád ibn Muhammad al-Razí escribió una voluminosa historia de Al-Andalus señalando sus carreteras, ciudades principales y asentamientos militares. Además, el Profeta ya se había referido a nuestros pendencieros antepasados, y esto es en si suficiente honor. Nuestro clima suave y posición geográfica hacen tender a la sagacidad y la inteligencia. La experiencia muestra que las gentes de Al-Andalus han sido capaces de comprender las múltiples ciencias , lecturas coránicas, jurisprudencia, gramática, poesía, lexicografía, historia, medicina, matemática y astronomía- de manera no igualada en otros lugares, incluyendo la ciudad de Kairwán. Los andalusíes no son los únicos que no perpetúan la memoria de los grandes hombres, y esto confirma el dicho: La gente no valora a sus propios eruditos, o las palabras de Jesús: Sólo en su patria y en su casa es menospreciado el profeta. A pesar de todo, hemos tenido, dice Ibn Hazm, una gran cantidad de obras excelentes que pueden compararse con las mejores que hayan sido escritas en cualquier sitio. Continúa con la enumeración de los principales autores y de sus obras sobre la escuela de ley málakí, incluyendo: Al-Hidáyah de ?Is? ibn Dinár y comentarios coránicos como el de Abú ‘Abd al-Rahmán Baqí ibn Majlad que aventaja incluso al de Al-Tabarí. En el mejor de los casos, el tratado de Ibn Hazm es una compacta antología que comprende lo que él creyó ser una buena selección de hombres de letras que podían compararse con las grandes lumbreras de Oriente.
Resumiendo: ¡Este país nuestro! A pesar de estar distante de las fuentes del saber (se refiere a los núcleos orientales), y a pesar de estar separado del ingenio de los otros eruditos, podemos hacer mención de grandes obras de sus gentes, lo cual hubiese sido difícil de conseguir si uno las hubiese buscado en Persia, Al-Ahwáz, Mudar, Rabíah, Yemen o Siria, a pesar de su proximidad al ?Irák que es la morada de la emigración ( hichrah ) del saber y el hogar de las ciencias y sus promotores.
Al-Andalus fue un crisol de gentes y de ideas que atravesó varias etapas de desarrollo cultural. Al principio dependió del Este para su guía e inspiración religiosa, lingüística y cultural, para después adquirir consciencia de sí misma y de sus méritos cara al resto del mundo musulmán. Esto, sin embargo, no provocó una ruptura con el corazón del Islam, aún cuando Al-Andalus se convirtió en contribuyente a la cultura islámica en general. Aproximadamente a partir del siglo XI se encuentran los ingenieros andaluces en cualquier lugar del norte de Africa y aún más al Este, donde competían fácilmente con las mentes más ilustres de la época. Una de las principales razones de esta estrecha integración es que la arabización e islamización echaron raíces profundas en el país y concluyeron haciendo de Al-Andalus una extensión del mundo islámico, parte y porción de la cultura arábiga. Esto puede demostrarse ampliamente no sólo en lo concerniente a los abundantes viajes a y desde Al-Andalus, sino en cuanto a los préstamos conscientes en gramática, lexicografía, textos religiosos y legales, poesía y otras materias. En general , Al-Andalus desarrolló los temas y formas del sincretismo árabe e islámico en nuestra cultura indígena andaluza tal como se manifiesta en las artes y literatura, revelando una personalidad propia, que se descubre en las formas populares de la poesía, en la simplicidad y claridad de su prosa y en la lucidez de los comentarios a menudo empleados en la enseñanza. En conjunto, Al-Andalus debe ser estudiado en el contexto del Islam, del mundo civilizador árabe, la lengua y la cultura arábiga, y no en el del estrecho provincianismo de la península Ibérica. Esto se ve claramente en la gran cantidad de literatura producida en Al-Andalus, árabe de forma y contenido.
El enfoque más completo y articulado del tema del saber y las ciencias se encuentra en las obras de Ibn Hazm, sobre todo en Mar?tib al-‘ulúm ( Categorías de las Ciencias ) y en Kitáb al-ajláq ( Libro de la Conducta ), consistentes en sus consejos y reflexiones sobre la vida honesta y virtuosa. En el segundo, Ibn Hazm dedica un capítulo a las ciencias que empieza así: Aún cuando el saber no tuviese otro propósito que hacer, que el ignorante os respete, y que el erudito os estime y honre, sería lo bastante para ir en pos de él. Y continúa preguntando: ?Cómo es posible no buscar la sabiduría a la vista de sus muchas ventajas en esta vida y en la futura?. El anatema de la ignorancia es causa de males en esta vida y en la futura. Ibn Hazm concebía el saber como de gran utilidad para la práctica de la virtud, ya que capacita al individuo para ver la fealdad de los vicios y la manera de evitarlos. Manifestó su deleite con los eruditos cuando él aún no lo era y ellos le enseñaban; y luego cuando llegó a serlo y conversaba con ellos. Además, en riqueza, posición social, y salud, debe uno compararse con aquellos que tienen menos; pero en religiosidad, ciencias y virtud con los que tienen más. El saber debe ser propagado, pero su propagación entre gentes ineptas y sin talento es, no sólo una pérdida de tiempo, sino también perjudicial, ya que los intrusos e ineptos que pretenden hacerse pasar por eruditos siendo ignorantes causan daño a las ciencias. Los que persiguen la adquisición de honores, riquezas y placeres, buscan la compañía de gentes que, por sus cualidades, parecen perros enfurecidos y lobos astutos. Sin embargo, el que es avaro con su sabiduría, es peor que el que es avaro con sus bienes materiales. En general, el saber va unido a la virtud, y la ignorancia a los vicios -aunque suaviza esta opinión añadiendo que él conoció gente inculta cuya conducta era irreprochable, mientras que la de algunos eruditos era tal como para convertirlos en las personas más viles y corrompidas del mundo-.
Estos pensamientos están en su mayoría repetidos en Mar’tib al-‘ulúm, en el que examina las ciencias, su valor y el modo de dedicarse a ellas. Este tratado es de gran importancia, ya que es la primera obra de su tipo conocida en al-Andalus, y presenta las ciencias tal como las concebía un pensador que intentaba clasificarlas según su valor, y distinguir las falsas de las verdaderas. Consta de dos partes: la primera trata de la educación del individuo, y, la segunda, de la división de las ciencias según una estructuración islámica.
Para Ibn Hazm, el saber beneficia al que lo busca, en este mundo y en el futuro. Sin embargo, el que busca el saber para jactarse de él, o para ser alabado, o para adquirir riqueza y fama, está lejos del éxito, pues su objetivo es alcanzar algo que no es el saber. La adquisición del saber es una virtud, y también lo es su transmisión, de lo que se deduce la importancia del profesor y de los libros, a los que considera el mejor instrumento para lograrla. En contra de la opinión que la abundancia de libros es dañina, mantiene que mientras más libros haya, mejor.